Hoy por la tarde fui a la farmacia a comprar aspirinas para esas noches largas de estudio (estoy medio adicto a ellas), pase a dar una vueltas por el mall, muy concurrido los días domingos. En uno de los patios destinados para los eventos, estaba por empezar una presentación de la Academia de música W.A. Mozart; niños y niñas de entre 8 y 16 años con una docena de violines, tres flautas, tres violonchelos y un contrabajo, componían la orquesta. Costo que se organizaran, pero después de unas canciones comenzaron a coordinarse y a encantar a un publico que se detenían expectantes a escuchar.
Todo eso me trajo muchos recuerdos de mi infancia, pues cuando yo tenia 9 años mis padres decidieron que debía tomar clases de violín (así es, ellos decidieron), debo reconocer que nunca le tome el gusto y eso que estuve 2 años y medio asistiendo a esas clases, me hice muchos amigos y me gustaron las presentaciones, que incluían actuaciones pequeñas en teatros, colegios y hogares de caridad; pero el violín definitivamente no era mi pasión. Aunque cuando lo miro desde otro punto de vista, fue una especie de escape al hueco que había en mi familia; pues mi madre estuvo embarazada en ese tiempo y con muchos tratamientos médicos después del parto, mi padre trabajando todo el día y mi hermano estaba entrando en la adolescencia y no lo veía mucho.
Con el colegio casi todo el día, catequesis y mis clases de violín, me estaba empezando a estresar antes de tiempo. Por eso cuando iba en sexto básico comencé a bajar las notas, mis padres lo notaron y así logre que me sacaran de la academia, extrañe mucho a mis compañeros y también a mis profesores, pero el violín no era lo mío. Aun lo conservo, como una especie de trofeo, en ese estuche negro que tiene mis iniciales borrosas, es en un verdadero álbum de recuerdos.
